Como todo en la vida, las cosas empiezan en el alumbramiento. Y lo primero, fue la luz. Normalmente no apreciamos su valor porque es un elemento cotidiano, pero en el teatro es una de las herramientas imprescindibles para dar color, forma y sentido a lo que se está representando.
En la técnica, la iluminación teatral es el conjunto de dispositivos que se instalan para producir ciertos efectos luminosos, tanto prácticos como decorativos. Una definición correcta pero escasa, porque no la menciona como canal de comunicación. En la práctica, el arte teatral engrandece la luz como código no verbal, y lo muestra como un lenguaje a partir del cual se marcan escenas, presencias, ritmos y sensaciones.
El objetivo de la iluminación escénica es iluminar al intérprete, revelar correctamente la forma de todo lo que está en escena, ofrecer la imagen del escenario con una composición de luz que pueda cambiar tanto la percepción del espacio como la del tiempo. Gracias a la luz se pueden inventar espacios y desarrollar las historias proporcionando información en una atmósfera creada para cada situación.
Iluminar no es algo tan simple como arrojar luz sobre el escenario, sino que supone una buena disposición de la iluminación de los ángulos correctos, iluminación posterior, frontal, lateral, y equilibrio de colores. Excepto en el caso de los efectos especiales, el diseño de iluminación busca la discreción; y es que no debe haber una luz más grande, que la de un actor en escena. Con la utilización inteligente del color, la intensidad y la distribución de la luz se pueden lograr ciertos efectos subliminales/emocionales en las percepciones del espectador. Se pone la luz al servicio de la emoción, y como “dictadora” del ojo, lo conduce hacia donde cree que debe ir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario